El ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 se considera uno de los fracasos de inteligencia y seguridad más devastadores en la historia de Israel. También fue uno de los más desconcertantes. No solo se conocían de antemano los detalles tácticos del asalto, sino que las instituciones israelíes fueron advertidas repetidamente —por sus propios oficiales, por observadores de primera línea y por aliados extranjeros—, pero no se tomaron medidas preventivas decisivas. Esto plantea una pregunta inquietante: ¿fue el desastre simplemente el producto de la negligencia y la arrogancia, o se permitió, en algún nivel, que ocurriera?
Mucho antes del 7 de octubre, la inteligencia israelí tenía en su poder un plan de Hamás de unas 40 páginas, con el nombre en clave “Plan del Muro de Jericó”, que detallaba, paso a paso, el eventual ataque: ataques con drones, parapentes, violaciones de la valla fronteriza, asaltos a bases militares y masacres en áreas civiles cercanas. Obtenido más de un año antes, el plan fue ampliamente distribuido entre oficiales militares y de inteligencia de alto rango. Sin embargo, fue desestimado como “aspiracional”, más allá de las capacidades de Hamás.
El registro de advertencias solo en 2023 es condenatorio. Soldados de inteligencia de señales señalaron preparativos consistentes con el plan. Un sargento de la Unidad 8200 advirtió a sus superiores en septiembre de 2023 que el plan era “inminente”, comparándolo con la alarma del shofar. Observadores fronterizos —muchas de ellas mujeres jóvenes estacionadas en puestos de vigilancia— presentaron informes repetidos sobre ejercicios de Hamás, drones y ensayos que reflejaban el plan del Muro de Jericó. Fueron desestimados e incluso amenazados con castigos por insistir.
El 6 de octubre, la inteligencia detectó que decenas de operativos de Hamás activaban tarjetas SIM israelíes, una clara señal de infiltración inminente. Horas antes del ataque, el jefe de Estado Mayor de las FDI, Herzi Halevi, escuchó estos informes en una llamada de conferencia, pero los trató como ejercicios rutinarios.
Cada una de estas señales coincidía, cada una fue minimizada y ninguna resultó en un aumento de la preparación.
Israel no fue el único consciente del peligro inminente. La inteligencia egipcia advirtió repetidamente a sus homólogos israelíes que “algo grande” se avecinaba. A finales de septiembre de 2023, el general Abbas Kamel le dijo personalmente al primer ministro Netanyahu que Hamás estaba planeando una “operación terrible”. Mientras tanto, Estados Unidos señaló un riesgo creciente de violencia por parte de Hamás en los días previos, aunque Washington confirmó más tarde que nunca había visto el plan del Muro de Jericó.
A pesar de esto, Israel no realizó preparativos especiales, y Netanyahu negó posteriormente haber recibido tales advertencias.
Uno de los aspectos más inquietantes de la tragedia es la masacre del festival de música Nova, donde más de 360 jóvenes fueron asesinados.
La extensión del festival hasta el 7 de octubre fue aprobada por las FDI solo dos días antes, pero no se proporcionó ningún enlace en el lugar ni defensas reforzadas, a pesar de que el lugar estaba a poca distancia de la frontera con Gaza. Horas antes del ataque, oficiales de las FDI y Shin Bet discutieron en privado la posibilidad de una amenaza al festival, pero no alertaron a los organizadores ni evacuaron el lugar.
Cuando comenzó el asalto, la Fuerza Aérea Israelí estaba en su nivel de preparación más bajo en años, con solo dos aviones de combate y dos helicópteros en alerta de respuesta rápida en todo el país. Los refuerzos al área del festival no llegaron hasta casi cinco horas después de que comenzaron los asesinatos.
El fracaso no terminó con la inteligencia. La mañana del 7 de octubre, Hamás desactivó cámaras, radios y sensores en un ataque coordinado, dejando ciegas a las fuerzas israelíes. Las primeras órdenes de movilización no se emitieron hasta más de una hora después de que comenzara el asalto. Para entonces, los combatientes de Hamás ya habían violado 77 puntos a lo largo de la frontera.
En el kibutz Be’eri, las FDI tardaron horas en responder, y más de 100 residentes fueron asesinados. En Nir Oz, las primeras tropas llegaron después de que los atacantes ya se habían ido. En el festival Nova, los comandantes creyeron erróneamente que el lugar había sido evacuado, mientras cientos de asistentes seguían bajo fuego.
Los analistas a menudo enmarcan estos fracasos bajo el concepto de “la Conceptzia” —la suposición de que Hamás estaba disuadido, centrado en la gobernanza y desinteresado en una guerra a gran escala. Esta visión, reforzada por la confianza excesiva en la “valla inteligente” de Gaza y otras barreras tecnológicas, dejó a Israel poco defendido.
Dos días antes del ataque, las compañías de comandos de las FDI fueron reubicadas de Gaza a Cisjordania para proteger a los colonos, dejando solo un puñado de batallones a lo largo de la frontera de Gaza. Las unidades de vigilancia en Gaza ya operaban con cobertura reducida, con monitoreo nocturno y de fin de semana recortado desde 2021.
El momento —Simjat Torá, una festividad religiosa— agravó la vulnerabilidad.
Desde el 7 de octubre, múltiples investigaciones internas han catalogado los fracasos. La investigación de las FDI de 2025 calificó los eventos como un “fracaso total” para proteger a los civiles. El jefe de Inteligencia Militar, el general mayor Aharon Haliva, renunció en abril de 2024, aceptando la responsabilidad por los errores de juicio de su rama. La propia revisión de Shin Bet (2025) enumeró fallos graves y generó fricciones políticas. El Contralor del Estado ha emitido borradores de hallazgos que critican duramente a los comandantes de la policía y militares por el festival Nova.
Sin embargo, ninguno de estos informes asigna intencionalidad. Describen percepciones erróneas, juicios equivocados y parálisis, pero no conspiración.
Aun así, persisten las sospechas. En los meses posteriores al 7 de octubre, la política israelí ha girado decisivamente hacia el desplazamiento masivo de gazatíes, con discusiones abiertas sobre “migración voluntaria” y reasentamiento. El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, incluso ha planteado la idea de transformar Gaza en desarrollos inmobiliarios de lujo, proyectos de lujo y un centro para tecnología, startups de inteligencia artificial y manufactura —visiones imposibles sin primero desplazar a gran parte de la población palestina.
Esto da peso al argumento de que el ataque, aunque sangriento y real, sirvió a propósitos políticos y estratégicos para Israel y sus aliados.
La evidencia en torno al 7 de octubre es abrumadora en un sentido: Israel tenía inteligencia, advertencias e incluso indicadores en tiempo real de lo que se avecinaba. El fracaso en actuar no puede atribuirse a un solo descuido, sino a una cascada de decisiones —cada una postergando, desestimando o degradando amenazas que, retrospectivamente, eran evidentes.
Si esto equivale a una permisividad deliberada es otra cuestión. No ha surgido ningún documento o admisión concluyente que pruebe la intención. Lo que existe es evidencia circunstancial —pero en tal cantidad y con tal rareza que muchos encuentran difícil aceptar la mera incompetencia como la historia completa.
Como mínimo, el 7 de octubre no fue solo una tragedia sorpresiva. Fue un fracaso que fue previsto, ensayado y advertido, pero inexplicablemente permitido que se desarrollara. Y en las secuelas, la devastación se ha utilizado para justificar acciones radicales contra Gaza que se alinean inquietantemente bien con ambiciones de larga data para rehacer el territorio —vacío de palestinos— en bienes raíces rentables e industria de alta tecnología.
Por lo tanto, aunque falta una prueba concluyente, el registro circunstancial sugiere fuertemente que el 7 de octubre, si no fue diseñado, al menos se permitió que ocurriera.