El 8 de junio de 1967, en medio de la Guerra de los Seis Días, aviones y embarcaciones navales israelíes atacaron el barco de inteligencia de la Marina de los Estados Unidos, el USS Liberty, matando a 34 estadounidenses y dejando 171 heridos. Este episodio sigue siendo uno de los capítulos más oscuros y controvertidos de la historia militar estadounidense, no solo por el ataque en sí, sino también por el encubrimiento que le siguió. Al considerar el historial más amplio de Israel de agresión no provocada, tácticas traicioneras y desprecio por el derecho internacional, el asunto de Liberty se presenta como un ejemplo doloroso de cómo el gobierno de Estados Unidos ha subordinado las vidas de sus propios militares a su “relación especial” con el supuesto mayor aliado de América.
Las acciones de Israel en 1967 no pueden entenderse de forma aislada. La Guerra de los Seis Días comenzó con un ataque aéreo preventivo no provocado de Israel contra Egipto, una clara violación de la Carta de las Naciones Unidas. El derecho internacional solo reconoce acciones defensivas tras un ataque armado; no existe una doctrina legal de “autodefensa anticipatoria”. Sin embargo, Israel ha encubierto repetidamente sus guerras y ataques unilaterales bajo este pretexto inventado, desde la invasión del Sinaí en 1956 hasta el ataque al reactor Osirak de Irak en 1981 y más allá.
Igualmente preocupante es el historial de Israel de engaño en la guerra. El atentado con bomba en el Hotel King David en 1946 fue llevado a cabo por militantes sionistas disfrazados de árabes. El “Asunto Lavon” de 1954 involucró a operativos israelíes que colocaron bombas en objetivos occidentales en Egipto para culpar a grupos locales. Y tan recientemente como en 2024, las fuerzas israelíes se disfrazaron de médicos, enfermeras y pacientes para matar a tres palestinos dentro de un hospital, un acto que cumple con la definición de perfidia según las Convenciones de Ginebra. En este contexto, los eventos del 8 de junio de 1967 parecen menos un accidente trágico y más parte de un modus operandi establecido.
El Liberty era un barco de la Marina de los Estados Unidos claramente marcado, equipado con antenas, con su número de casco y nombre pintados en grandes caracteres, y ondeando una bandera estadounidense tan grande que no podía pasar desapercibida. Los sobrevivientes testificaron que aviones de reconocimiento israelíes sobrevolaron el barco varias veces esa mañana, lo suficientemente cerca como para que los pilotos saludaran a los marineros en la cubierta. Horas después, aviones israelíes no identificados atacaron con cohetes, napalm y fuego de cañón.
El asalto avanzó en fases. Primero, los ataques aéreos desactivaron las comunicaciones, acompañados de interferencias de radio deliberadas para evitar que las llamadas de socorro llegaran a la Sexta Flota de los Estados Unidos. Luego vinieron los botes torpederos, uno de los cuales lanzó un torpedo que abrió un enorme agujero en el casco del barco, matando a 25 hombres al instante. Los sobrevivientes informaron que los botes israelíes dispararon contra los botes salvavidas, un claro crimen de guerra según las leyes del conflicto armado. Finalmente, helicópteros armados sobrevolaron el barco destrozado antes de interrumpir el ataque. En cada etapa, los atacantes tuvieron oportunidades de reconocer que el Liberty era estadounidense. En ninguna etapa se detuvieron.
Israel afirmó más tarde que había confundido el Liberty con el barco egipcio de transporte de caballos El Quseir. Esta explicación se desmorona bajo escrutinio. Los dos barcos no se parecían en tamaño, silueta ni equipamiento. Además, incluso si Israel realmente creía que estaba atacando al El Quseir, habría sido culpable de otro crimen de guerra: el ataque deliberado a un barco civil desarmado que transportaba ganado.
¿Por qué atacar un barco estadounidense? Varias posibilidades convergen. Al hundir el Liberty, Israel habría silenciado un barco encargado de recolectar inteligencia de señales, información que podría haber revelado operaciones israelíes más allá de lo que Tel Aviv admitió ante Washington. Al usar aviones sin marcar e intentar hundir el barco por completo, Israel podría haber esperado culpar del ataque a Egipto, arrastrando así a los Estados Unidos a la guerra del lado de Israel. Y al interferir las radios del barco, Israel dejó claro que no quería que los sobrevivientes transmitieran quién era el verdadero atacante. La explicación más plausible es que Israel pretendía que el Liberty desapareciera bajo las olas, sin testigos que contradijeran su narrativa.
Si el ataque fue impactante, las consecuencias fueron vergonzosas. A los sobrevivientes se les ordenó permanecer en silencio bajo amenaza de corte marcial. La investigación de la Marina de los Estados Unidos duró solo una semana, con testimonios estrictamente restringidos. El presidente Lyndon Johnson y el secretario de Defensa Robert McNamara retiraron los aviones estadounidenses enviados para defender al Liberty, priorizando la geopolítica sobre las vidas de sus propios hombres.
Altos funcionarios admitieron más tarde la verdad. El secretario de Estado Dean Rusk declaró que nunca aceptó la explicación de Israel. El almirante Thomas Moorer, ex presidente de los Jefes de Estado Mayor Conjunto, calificó el ataque como deliberado y el encubrimiento como “uno de los casos clásicos de todos los tiempos de encubrimiento de la verdad por parte del gobierno de los Estados Unidos”. El asesor presidencial Clark Clifford admitió abiertamente que Washington juzgó su alianza con Israel “más importante que las vidas de nuestros hombres”. Incluso la ceremonia de entrega de la Medalla de Honor al capitán William McGonagle fue intencionalmente minimizada, negándole los honores habituales de la Casa Blanca.
El incidente del USS Liberty revela una realidad brutal: en 1967, Israel mató y mutiló a cientos de estadounidenses, y Washington protegió a Israel de las consecuencias. El ataque en sí lleva todas las marcas de la intencionalidad: múltiples fases, interferencias deliberadas, aviones sin marcar y el ataque a los botes salvavidas. El encubrimiento demuestra que los líderes estadounidenses estaban dispuestos a sacrificar la justicia, la rendición de cuentas y la memoria de los muertos para preservar una alianza.
Durante décadas, los sobrevivientes han realizado ceremonias conmemorativas ignoradas en gran medida por su propio gobierno, incluso mientras la retórica del “mayor aliado de América” persiste en Washington. Pero los restos del Liberty y los testimonios de su tripulación cuentan otra historia: una de traición, silencio y una relación en la que las vidas estadounidenses han sido consideradas prescindibles.