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Lecciones Aprendidas al Intentar Discutir con un Escéptico de la IA

El episodio comenzó con un meme político que publiqué: Donald Trump y Benjamin Netanyahu con monos naranjas de prisión, sentados en una litera bajo una cálida superposición navideña nostálgica que decía “All I Want for Christmas”. La ironía visual era inmediata y aguda. Crear la imagen requirió soluciones deliberadas. Los modelos contemporáneos de generación de imágenes tienen tanto salvaguardas políticas como limitaciones técnicas de coherencia:

Ningún modelo único podía producir la imagen completa. Los elementos contradictorios —satira política cargada combinada con un mensaje navideño sentimental— activan mecanismos de rechazo o fallos de coherencia. Los LLMs simplemente son incapaces de sintetizar componentes conceptualmente opuestos en una salida coherente. Generé los dos elementos por separado y luego los fusioné y edité manualmente en GIMP. El compuesto final era innegablemente generado por un humano: mi concepto, mi selección de componentes, mi ensamblaje y ajustes. Sin estas herramientas, la sátira habría permanecido atrapada en mi cabeza o habría emergido como figuras rudimentarias de palitos, despojada de todo impacto visual.

Alguien reportó la imagen como “generada por IA”. Al día siguiente, el servidor introdujo una nueva regla que prohibía el contenido generado por IA. Esta regla —y el meme que la desencadenó— me inspiró directamente a escribir y publicar el ensayo “Mentes de Alta Dimensionalidad y la Carga de Serialización: Por Qué los LLMs Importan para la Comunicación Neurodivergente”. Esperaba que fomentara una reflexión sobre cómo estas herramientas sirven como acomodaciones cognitivas y creativas. Pero se convirtió en un intercambio bastante incómodo con el administrador.

La Posición del Escéptico y el Intercambio

El administrador argumentó que los LLMs no se desarrollan para el beneficio humano, sino que fomentan el desperdicio de recursos y la militarización. Citó el consumo energético, los vínculos militares, el colapso de modelos, las alucinaciones y el riesgo de un “internet muerto”. Reveló que solo había hojeado el ensayo y admitió poseer una potente estación de trabajo para juegos capaz de ejecutar LLMs locales avanzados para su diversión privada, con acceso a modelos aún más grandes a través de un amigo.

Emergieron varias contradicciones:

Lo más llamativo fue que la persona que imponía la prohibición para proteger la autenticidad estaba descartando a alguien que prueba activamente los LLMs en busca de sesgos factuales y geopolíticos (ver mis auditorías públicas de Grok y ChatGPT).

La Analogía con Hawking y las Propias Palabras del Administrador

El administrador se identificó como neurodivergente y reconoció el potencial de la IA como tecnología asistiva. Elogió las gafas de subtitulado en tiempo real para personas con discapacidad visual como “realmente geniales”, pero insistió en que “tener una máquina que escriba ensayos y dibuje imágenes es diferente”. Añadió: “Las personas neurodivergentes pueden hacer estas cosas, muchas han superado barreras para desarrollar estas habilidades”. También describió su propia experiencia con los LLMs: “Cuanto más sé sobre un tema, menos necesito la IA. Cuanto menos sé sobre un tema, menos equipado estoy para notar alucinaciones y corregirlas”. Estas declaraciones revelan una profunda asimetría en cómo se juzgan las acomodaciones.

Imagina aplicar la misma lógica a Stephen Hawking:

“Reconocemos que un sintetizador de voz podría ayudarte a comunicarte más rápido, pero preferiríamos que lo intentaras más con tu voz natural. Muchas personas con enfermedad de neurona motora han superado barreras para hablar claramente —tú también deberías desarrollar esas habilidades. La máquina está haciendo algo diferente al habla real”.

O, desde su propia perspectiva sobre la precisión factual:

“Cuanto más sabe Hawking sobre cosmología, menos necesita el sintetizador. Cuanto menos sabe, menos equipado está para notar errores en la voz de la máquina y corregirlos”.

Nadie aceptaría esto. Entendimos que el sintetizador de Hawking no era una muleta o dilución —era el puente esencial que permitía a su mente extraordinaria compartir toda su profundidad sin barreras físicas insuperables.

La comodidad del administrador con la prosa lineal y escalonada por humanos refleja un estilo cognitivo que se alinea más con las expectativas neurotypicales. Mi perfil es el inverso: la profundidad factual y lógica me sale de forma natural (como al desarrollar yo solo una plataforma de publicación multilingüe), pero producir prosa escalonada y accesible para audiencias humanas siempre ha sido la barrera —exactamente lo que describe el ensayo. Aceptar gafas de subtitulado o texto alternativo como acomodaciones legítimas mientras se rechaza el escalonamiento con LLMs para la divergencia cognitiva es trazar una frontera arbitraria. Mastodon y el Fediverso en general se enorgullecen de su inclusividad. Sin embargo, esto introduce nuevas puertas: ciertas acomodaciones son bienvenidas; otras deben superarse mediante esfuerzo individual.

Ecos Históricos: Resistencia a Herramientas Transformadoras

El rechazo general al uso público de IA generativa repite un patrón recurrente a lo largo de la historia tecnológica. En la Inglaterra del siglo XIX temprano, tejedores cualificados conocidos como luditas destruyeron telares mecanizados que amenazaban su oficio y medios de vida. Los encendedores de farolas de gas en las ciudades se opusieron a la bombilla incandescente de Edison por temor a la obsolescencia. Cocheros, mozos de cuadra y criadores de caballos resistieron el automóvil como una amenaza existencial a su forma de vida. Escribanos y dibujantes profesionales vieron la fotocopiadora con alarma, creyendo que devaluaría el trabajo manual meticuloso. Cajistas e impresores lucharon contra los sistemas de composición computerizados.

En cada caso, la resistencia provenía de un miedo genuino: la nueva tecnología hacía obsoletas las habilidades de las que se enorgullecían, desafiando sus roles económicos e identidad social. Los cambios se sentían como una devaluación del trabajo humano.

Sin embargo, la historia evalúa estas innovaciones por su impacto más amplio: la mecanización redujo el trabajo penoso y permitió la producción en masa; la iluminación eléctrica extendió las horas productivas y mejoró la seguridad; los automóviles otorgaron movilidad personal; las fotocopiadoras democratizaron el acceso a la información; la composición digital hizo la publicación más rápida y accesible. Pocos hoy revertirían a farolas de gas o transporte tirado por caballos solo para preservar empleos tradicionales. Las herramientas expandieron la capacidad y participación humana mucho más de lo que la disminuyeron.

La IA generativa —usada como prótesis para la cognición o creatividad— sigue la misma trayectoria: no erradica la intención humana, sino que extiende la expresión a aquellos cuyas ideas han estado limitadas por barreras de ejecución. Rechazarla de plano arriesga repetir el impulso ludita —defendiendo procesos familiares a costa de una participación más amplia.

Conclusión: ¿Quién Decide Qué Acomodaciones Son Aceptables?

Los eventos narrados en este ensayo —una imagen reportada, una prohibición impuesta apresuradamente, un debate prolongado— revelan más que un desacuerdo local sobre tecnología. Exponen una pregunta mucho más profunda y fundamental: ¿Quién decide qué acomodaciones son aceptables y cuáles no? ¿Debería ser las personas que viven dentro de la piel y el cerebro que necesitan la acomodación —las que saben, por experiencia diaria, qué puente cierra la brecha entre sus capacidades y la plena participación? ¿O deberían ser externos, por bien intencionados que sean, que no comparten esa realidad vivida y por lo tanto no pueden sentir el peso de la barrera?

La historia responde esta pregunta repetidamente, y casi siempre en la misma dirección. Las sillas de ruedas alguna vez fueron criticadas por fomentar la dependencia; los sistemas educativos para sordos insistieron durante mucho tiempo en que los niños aprendieran a leer los labios y hablar oralmente en lugar de usar lenguaje de señas. En cada caso, las personas más cercanas a la discapacidad eventualmente prevalecieron —no porque negaran preocupaciones de costo, acceso o posible mal uso, sino porque eran las autoridades principales sobre lo que realmente restauraba su agencia y dignidad.

Con los grandes modelos de lenguaje y otras herramientas generativas, estamos viviendo el mismo ciclo otra vez. Muchos que controlan su uso no experimentan las barreras cognitivas o expresivas específicas que hacen que el escalonamiento lineal, el flujo narrativo o la serialización rápida se sientan como una tarea agotadora de traducción a un idioma extranjero. Desde fuera, “solo inténtalo más” o “desarrolla la habilidad” puede sonar razonable. Desde dentro, la herramienta no es un atajo alrededor del esfuerzo; es la rampa, el audífono, la prótesis que finalmente permite que el esfuerzo preexistente llegue al mundo.

La ironía más profunda surge cuando los árbitros se identifican como neurodivergentes, pero su neurología particular se alinea más con las expectativas neurotypicales en el dominio juzgado. “Yo lo superé de esta manera, así que otros también deberían” es comprensible, pero aún funciona como control de acceso —replicando las mismas normas que criticamos cuando provienen de autoridades neurotypicales. Se necesita un principio ético consistente:

Un doble estándar particularmente revelador aparece en la demanda generalizada de que el uso de IA generativa sea divulgado explícitamente. No exigimos divulgación similar para la mayoría de las otras acomodaciones. Al contrario, celebramos activamente los avances tecnológicos que las hacen invisibles: gafas gruesas reemplazadas por lentes de contacto o cirugía refractiva; audífonos voluminosos miniaturizados hasta casi invisibles; medicación para concentración, estado de ánimo o dolor tomada en privado sin nota al pie ni descargo de responsabilidad. En estos casos, la sociedad trata el uso discreto y oculto como progreso —como una restauración de dignidad y normalidad. Sin embargo, cuando la acomodación extiende la cognición o expresión, el guion se invierte: ahora debe ser señalada, anunciada, justificada. La invisibilidad se vuelve sospechosa en lugar de deseable. Esta demanda selectiva de transparencia no se trata realmente de prevenir el engaño; se trata de preservar la comodidad con una imagen particular de autoría humana no asistida. Las correcciones físicas se permiten desaparecer; las correcciones a la mente deben permanecer visiblemente marcadas.

Si queremos ser consistentes, debemos exigir divulgación para toda acomodación (un requisito absurdo e invasivo) o dejar de señalar las herramientas cognitivas para escrutinio especial. La posición principista —la que respeta la autonomía y dignidad— es permitir que cada persona decida cuán visible o invisible debe ser su acomodación, sin reglas punitivas que apunten a una forma de asistencia porque inquieta las nociones existentes de creatividad e intelecto. Este ensayo no es solo una defensa de una herramienta particular. Es una defensa del derecho más amplio de las personas discapacitadas y neurodivergentes a definir sus propias necesidades de acceso, sin tener que justificarlas ante quienes nunca han caminado en sus zapatos. Ese derecho no debería ser controvertido. Sin embargo, como muestra el relato anterior, todavía lo es.

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